El actual mandatario de Rusia, Vladimir Putin, consolidó su quinto mandato como presidente con el 87,28% de los votos. Seguido por Nikolái Jaritónov del Partido Comunista con el 4,31% y por Vladislav Davankov de la coalición Gente Nueva con el 3,85%. Aunque los resultados no fueron sorpresivos, Putin obtuvo 10 puntos porcentuales más que en las presidenciales de 2018. Este crecimiento se debe, en parte, a los diferentes territorios anexados a partir de 2022, que ejercieron el voto por primera vez este año. A pesar de las advertencias del gobierno ucraniano a los ciudadanos de estas unidades territoriales para que no fueran a votar, el oficialismo ruso obtuvo más del 90% de los votos en los más de mil colegios electorales que suman entre ellos.
A partir de ahora, se espera que Rusia profundice en el crecimiento de su economía y en los desarrollos tecnológicos y armamentísticos de cara a una posible intervención abierta de la OTAN en el conflicto con Ucrania.
“La victoria del presidente Putin es un factor determinante dado que bajo su mandato ha construido una cadena que comienza con el trabajo de investigación y desarrollo y termina con la entrega de armas modernas y equipos militares a las Fuerzas Armadas rusas”, explicó al medio Sputnik, Alexeí Leonkov, analista militar, y agregó: “El enemigo está buscando la manera de vencer a sus modernos sistemas de armas. Es decir, buscan un medio universal o, como dicen ellos, una tecnología milagrosa que les proporcione, en su opinión, una victoria garantizada en cualquier operación militar”.
Además de ser el país más grande del mundo, concentra la reserva de gas natural más importante, la segunda mayor reserva de carbón y la octava mayor reserva de petróleo. Comparte fronteras con 16 países del mundo, que incluyen la región de Europa suroriental, algunos países bálticos del oeste y al norte, Asia central e incluso otras potencias como China, Estados Unidos y Japón. Esto lo convierte en un país geopolíticamente estratégico tanto para el comercio como para los conflictos bélicos.
Se cumplieron dos años de la guerra con Ucrania
El vínculo entre Rusia y Ucrania tiene profundas raíces históricas, que datan de siglos atrás. Ucrania, una vez parte de la Unión Soviética, obtuvo su independencia en 1991 tras su colapso. Pero ya adentrados en la historia de este siglo, uno de los puntos críticos que llevó al estallido del conflicto fue la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014. Tras la revolución ucraniana conocida como “Euromaidán”, que derrocó al presidente prorruso Viktor Yanukovich, Rusia intervino en Crimea, argumentando la protección de la población rusa étnica y la necesidad de preservar sus intereses estratégicos en la región, donde mantenía una base naval clave en Sebastopol.
Además de Crimea, el conflicto se extendió a las regiones orientales de Ucrania, donde grupos separatistas prorrusos tomaron el control de varias ciudades importantes. Rusia ha sido acusada repetidamente de proporcionar apoyo militar, financiero y logístico a estos grupos, lo que ha alimentado el conflicto y dificultado los esfuerzos de resolución pacífica. El control sobre Ucrania es de gran importancia estratégica para Rusia. Sirve como un corredor crucial para el transporte de gas natural hacia Europa occidental, lo que otorga una influencia significativa sobre el suministro energético en la región. Además, el potencial de Ucrania para acercarse a Occidente y buscar la integración con la Unión Europea y la OTAN representa una amenaza percibida para los intereses rusos.
Hoy, los países integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte están haciendo todo a su alcance para ingresar al conflicto como una coalición. Sobre todo, después de conocerse los resultados del Supermartes de elecciones internas en Estados Unidos, donde se conoció que Joe Biden y Donald Trump se disputarán nuevamente un lugar en la Casa Blanca. Sucede que si Trump se consolida como presidente, la financiación a Ucrania –que pareciera ser eterna pero no lo es- se terminaría. En cambio, si toda la OTAN está involucrada en el conflicto, no habrá modo de escape, gane quien gane en Estados Unidos, la guerra debe continuar.
¿Y las repúblicas separatistas?
Hasta 2008, Rusia no reconocía independencias unilaterales. Las primeras experiencias fueron con Abjasia y Osetia del Sur (resultantes de la guerra ruso-georgiana), Kosovo y la propia Crimea. Los primeros casos fueron reconocidos como estado soberano pero el último no. Rusia fue más allá y decidió incorporarlo a su territorio. También así fue con las provincias de Sebastopol, Jersón y Zaporozhie y las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, todos exterritorios pertenecientes a Ucrania. La “independencia” se dio en un mismo contexto, en diferentes oleadas, a través de un referéndum votado entre sus ciudadanos. Tras proclamar su independencia, los líderes separatistas de Donetsk y Lugansk solicitaron formalmente ser anexados por Rusia. Argumentando que comparten vínculos históricos, culturales y étnicos y que su futuro está mejor garantizado dentro de la órbita rusa.
Volviendo a las elecciones en el gigante eurasiático, estos mismos óblasts dieron de qué hablar: Putin arrasó los comicios con más del 90% de los votos, salvo en la provincia de Jersón, donde obtuvo el 88%. Estas elecciones se hicieron con urnas móviles en algunas ciudades que llegaron incluso hasta Mariúpol. El gobierno de Ucrania, presidido por Volodímir Zelenski, catalogó estos comicios como “ilegales y nulos” y denunció la campaña “puerta a puerta” llevada a cabo por soldados rusos para que la gente se acercara a votar.
Chechenia, un caso aparte
La relación entre el gobierno ruso y Chechenia es compleja y multifacética, con un equilibrio entre el control centralizado por parte de Rusia y una relativa autonomía bajo el liderazgo de Ramzan Kadyrov. En las elecciones, Putin obtuvo el 99,28% de los votos en esta región. Un resultado que acompaña la política contemporánea llevada adelante por estos dos actores.
En Chechenia vive un pulso constante de sectores separatistas que tienen como antecedentes dos guerras: una que perduró durante la década de los ’90 y otra a principios del año 2000. Ajmat Kadyrov presidió la región de la mano de los sectores insurgentes hasta la segunda guerra, donde se incorporó a la administración rusa de Vladimir Putin. En 2007, su hijo, Ramzan Kadyrov, asumió la jefatura y continuó con un apoyo incondicional al mandatario ruso: desde la lucha contra las organizaciones yihadistas del Cáucaso Norte hasta el reciente levantamiento del grupo de mercenarios Wagner en junio del año pasado.
Ni la muerte de Navalny pudo contra Putin
Si había alguien que podía disputar el poder en Rusia era Alekséi Navalny, quien se encontraba preso en el ártico desde 2022, condenado a nueve años por “fraude y desacato a tribunales rusos”, se esperaba que su muerte tuviera una fuerte repercusión en los resultados electorales, pero no sucedió.
En su discurso postelecciones, Vladimir Putin se pronunció sobre la muerte del principal opositor a su gestión: “Hemos tenido otros casos de personas en prisión que han fallecido. ¿Pero acaso no ha ocurrido eso en Estados Unidos? Ha ocurrido, y en más de una ocasión”.
Rusia: La misteriosa muerte de Alekséi Navalny, el principal opositor a Putin
La viuda de Navalny, Yulia Navalnaya, estuvo presente el domingo electoral en Berlín, en una marcha opositora llamada “mediodía contra Putin”, que se mostraba en contra de los comicios y también de la guerra con Ucrania: “Intentaremos lograr que nadie en el mundo reconozca a Vladimir Putin como legítimo presidente, que nadie se siente con él en la mesa de negociaciones, que la mafia putinista sea combatida como el crimen organizado, que todos entiendan que Putin no es Rusia”.
