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    Historia del Movimiento Obrero Argentino, un breve repaso

    En este artículo realizaremos un recorrido rápido por la historia del sindicalismo argentino con el objetivo de darnos una idea de cómo llegamos a la situación actual del movimiento obrero.

    En la Argentina del siglo XX, podemos dividir esta historia en dos partes. Hay una primera etapa de sindicatos independientes, anarquistas y socialistas, en la cual aparecen los primeros esbozos de partidos obreros. La segunda etapa comienza en la década del 40′ con el peronismo. En esta etapa aparece la “estatización” de los sindicatos y la “cooptación” del movimiento obrero argentino.

    Manifestación. Antonio Berni. 1934. Temple sobre arpillera. 180 x 249,5 cm

     

    La democracia sindical y la lucha de clases en los primeros años del siglo XX

    A principios del siglo XIX empiezan a conformarse las primeras organizaciones obreras bajo la forma de sociedades de socorros mutuos o de mutuales, siendo la primera de ellas la Sociedad Tipográfica Bonaerense en 1857.

    Los inicios del socialismo en Argentina

    Pero no sería hasta 1877 cuando se conforma la primera organización que hoy podríamos llamar sindical: la Unión Tipográfica Bonaerense, que lanza la primera huelga del país. A este le siguieron otros sindicatos como el Sindicato de Comercio (1881), la Sociedad Obrera de Albañiles (1882) y el gremio ferroviario de La Fraternidad (1887), entre otros.

    Los primeros pasos

    Hacia la década de 1890 fueron madurando organizaciones de corte anarquista y socialistas. Ambas ideologías empezaron a llegar al país unos años antes con los trabajadores inmigrantes que venían desde Europa, trayendo consigo una basta experiencia en lucha sindical y las lecciones políticas dejadas por la Comuna de París (1871). En 1896, producto de la fusión de varias organizaciones, se funda el Partido Socialista Obrero Argentino, y en 1901 se conforma la Federación Obrera Argentina (F.O.A.), rebautizada al poco tiempo como Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.)

    Al quedar la F.O.R.A. hegemonizada por la corriente anarquista los socialistas fundaron en 1902 la Unión General de los Trabajadores (U.G.T.), también integrada por trabajadores políticamente independientes. En 1905, en su V Congreso la F.O.R.A proclamó que su fin último como organización es alcanzar el “Comunismo anárquico”, delimitando claramente el carácter ideológico de dicha central sindical. En 1906 gran parte de la corriente sindical del P.S., descontentos por el giro electoralista que venía teniendo el partido e influidos por las ideas de George Sorel, se separaron y conformaron la corriente autodenominada “Sindicalismo Revolucionario”.

    La nueva corriente “sindicalista” formó en 1909 la Confederación Obrera Regional Argentina (C.O.R.A.) la cual se incorpora a la F.O.R.A. en 1914, y tras ganar la dirección de la misma en 1915 eliminaron la proclama del “Comunismo anárquico” alegando que la central sindical no debía adherir a ninguna “postura filosófica”. Ante esto los anarquistas se separaron y conformaron la llamada F.O.R.A. del V Congreso, quedando la F.O.R.A. del IX COngreso en manos de los “sindicalistas”

    Manifestación obrara el 1 de mayo, día internacional del trabajador

    Un movimiento en pie de lucha

    Los primeros años del siglo fueron particularmente agitados para el movimiento obrero argentino, atravesando numerosos paros generales, sangrientas represiones y persecuciones políticas a los principales activistas. La llamada Ley de Residencia de 1902 buscó deportar a aquellos trabajadores inmigrantes que el Estado considerara “agitadores”, intentando así dejar fuera de juego a los principales organizadores sindicales. 

    La Ley Sáenz Peña de 1912 puso fin al fraude electoral que por entonces reinaba en la Argentina, permitiendo que las grandes masas de trabajadores (excluyendo a las mujeres) accedieran al voto. Es así como en 1916 asumió por primera vez la presidencia Hipólito Yrigoyen

    El nuevo gobierno radical ya no era una fuerza meramente burguesa, como los gobiernos anteriores, sino que dentro de sí tenía tanto bases burguesas como de trabajadores, por lo que se veía en la obligación de “mediar” entre ambas clases. El arbitraje del Gobierno yrigoyenista en los conflictos sindicales favoreció a los “sindicalistas revolucionarios” de la F.O.R.A. del IX Congreso, que de revolucionarios para entonces ya sólo tenían el nombre, dado que su pragmatismo ideológico y su visión meramente economicista de las reivindicaciones obreras los llevaban a aceptar de buena gana la intervención de un gobierno burgués.

    Pero la paz social del período radical se vería afectada por dos grandes hechos a nivel internacional, la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. La primera dividió profundamente las aguas de los partidos socialistas de todo el mundo (Argentina no fue la excepción) entre quienes la apoyaban y quienes se le oponían, la segunda representó un faro ideológico y político para gran parte del movimiento obrero mundial haciendo ver posible, o incluso inminente, la toma del poder de la clase trabajadora en todo el mundo. En este marco internacional en la Argentina se prodjó la Semana Trágica de enero de 1919.

    En los primeros días de 1919, lo que empezó como una de tantas huelgas en la fábrica metalúrgica Vasena desencadenó en un enfrentamiento entre los obreros y la policía que produjo la muerte de cuatro trabajadores. Al día siguiente la policía reprimió salvajemente la procesión fúnebre de los fallecidos, esta vez contando el número de víctimas fatales por decenas. Lo que siguió fue una rebelión popular de una semana que despertó enormes polémicas entre las organizaciones del movimiento obrero.

    El P.S. denunciaba la brutalidad policial y la explotación de los trabajadores pero dentro del Congreso, alejado de los trabajadores que luchaban en las calles. Los anarquistas alentaban al levantamiento armado de los obreros y a enfrentamientos directos con las fuerzas del Estado, pero su rechazo ideológico a la toma del poder mantuvo en un estado de revuelta callejera lo que bien podría haber sido una revolución triunfante con la dirección adecuada. Si bien en un primer momento ambas F.O.R.A.s declararon la huelga general la del IX Congreso la levantó a los pocos días y tuvo una actitud conciliadora, llamando a la “paz social” que buscaba el Gobierno. Los “sindicalistas revolucionarios” se convirtieron así en primer exponente de lo que hoy llamamos burocracia sindical.

     

    Barricada obrera durante la Semana Trágica. 1919

    Tras largos días de cuasi-guerra civil la rebelión popular conocida como Semana Trágica es derrotada con la intervención del Ejército. En las semanas siguientes fuerzas para-policiales financiadas por capitales británicos como la Liga Patriótica atacaron a inmigrantes rusos y judíos acusándolos de causar la rebelión y querer hacer una “revolución bolchevique” en Bs. As.

    A esta masacre contra trabajadores le siguieron dos más, la de La Forestal, en 1922, y la rebelión de peones rurales en la Patagonia, del mismo año, que también terminaron con la masacre de cientos de trabajadores. Los acontecimientos de la rebelión de la Patagonia, así como las contradicciones entre la dirigencia anarquista del conflicto y los sectores más despolitizados dentro del mismo son fielmente narrados por Osvaldo Bayer en la obra “La Patagonia Rebelde”, luego llevada al cine por Hector Olivera. Ambos conflictos sindicales fueron conducidos por dirigentes anarquistas que llevaron la democracia obrera hasta sus últimas consecuencias. No obstante, dicha corriente entró en decadencia luego de la derrota de ambos conflictos. 

    También en 1922 los “sindicalistas revolucionarios” de la F.O.R.A. del IX Congreso expulsaron de dicha central sindical a los socialistas y comunistas que se encontraban en ella en minoría, rebautizandola como Unión Sindical Argentina (U.S.A.). En 1930 los volvieron a reincorporar fundando a partir de entonces la Confederación General de los Trabajadores (C.G.T.). La nueva central sindical, existente hasta hoy en día, tampoco duraría mucho unificada, ya que a lo largo de la década del 30’ sufriría várias fracturas. Con los anarquistas para entonces ya fuera de escena, cada corriente de la C.G.T., la sindicalista, la socialista y la comunista se irían burocratizando más y más, alejándose sus dirigentes de las bases de trabajadores, quienes comenzaban a sufrir un vacío de representación política. 

    El peronismo y la burocracia sindical

    Para la década del 40 el movimiento obrero llevaba varios años sin una conducción que atendiera las necesidades de su base. Durante años no hubo casi ningún diálogo entre una base explotada y despolitizada y una C.G.T. aislada y dividida por sus disputas partidarias. 

    En este contexto en 1943 un golpe militar derrocó al gobierno fraudulento de Ramón Castillo. A partir de entonces el coronel Juan Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, comenzó a decretar ciertas reformas respecto a los derechos laborales: salario mínimo, indemnización por despido, vacaciones pagas, etc. El Estado, retomando la experiencia de Yrigoyen, se ponía de intermediario entre los conflictos entre los trabajadores y los empresarios, a veces fallando en favor de los primeros. Los trabajadores de pronto tenían muchos más derechos que todos los que sus pasivas conducciones les habían dado en décadas. 

    El propio Perón alentaba a los dirigentes sindicales a hacer campañas masivas de afiliación, ya que veía en la pertenencia a los sindicatos una forma eficaz de disciplinamiento de los trabajadores. No obstante, las diferencias internas dentro del Gobierno militar llevaron a que en 1945 Perón fuera separado de sus cargos y encarcelado en Martín García. Ante ésto se enciendió una señal de alarma en las mentes de los obreros de base: temieron que al estar Perón fuera de la política sus nuevos derechos laborales desaparezcan, ya que estos no tendrían ninguna legitimidad ni política ni legal. Las bases exigieron a la condución de la C.G.T. luchar por la liberación de Perón, pero lo que se escondía detrás de eso es el querer conservar los derechos.

    La C.G.T., obviamente con sus propios intereses políticos independientes, no tenían ningún interés en la liberación de Perón y accede a regañadientes a convocar a un paro pasivo (sin movilización) para el día 18 de octubre. Esto no era suficiente para las bases quiénes llamaron por su cuenta a un paro activo (con movilización a Plaza de Mayo) para el 17. Dicha “desobediencia” de las bases del 17 de octubre constituye uno de los ejemplos más representativos de democracia sindical.

    17 de octubre de 1945: los trabajadores exigen en Plaza de Mayo la liberación de Perón

    La lucha activa de los trabajadores en las calles cumplió su objetivo: Perón fue liberado y la dictadura del G.O.U. llamó a elecciones. No obstante, Perón les habló a los trabajadores tranquilizándolos, pidiéndoles que vuelvan a sus casas, básicamente que conserven su pasividad habitual. Nació ahí la primera traición del peronismo hacía sí mismo; el carácter contradictorio del peronismo lo acompañó desde su origen.

    Los dirigentes burocráticos de la CGT se vieron obligados a aliarse con Perón, no sin cierta desconfianza, si querían conservar su poder. Naturalmente, al convertirse en Gobierno, el peronismo llenó el vacío ideológico que había entre los trabajadores. Pero lo hizo con una actitud autoritaria hacía las demás tendencias políticas del movimiento obrero y siempre coartando la libertad de organización de las bases, prohibiendo el derecho de huelga e imponiendo un “sindicalismo de Estado” fuertemente burocrático.

    Con la llegada del peronismo muchos dirigentes de los sindicatos que habían abandonado la lucha revolucionaria e independiente (como ser los casos de Espejo o Borlenghi que venían del socialismo reformista) veían la posibilidad de participar en el poder político, veían que eran una fuerza social y política necesaria para la “Nueva Argentina”. Los trabajadores estaban depositando su confianza y atando su conciencia independiente, su movimiento y sus sindicatos al nacionalismo burgués que abogaba por la conciliación de clases siempre en favor estratégicamente del capital, pero tácticamente otorgando demandas obreras.

    En 1950 el Comité Central de la CGT redactó un estatuto a ser debatido y votado en el Congreso, que en lo principal daba a la CGT la intervención directa de sus sindicatos afiliados. Así legalizaron la práctica de quitarle todo tipo de autonomía a los sindicatos, lo cual ya se venía haciendo de facto.

    Escena de la película Eva Perón, de 1996

    Los años de prosperidad y crecimiento para los trabajadores que caracterizaron a la primera presidencia de Perón dejaron paso a una época de crisis social y económica en la segunda. El congelamiento de salarios en 1952 por dos años hasta 1954, cuando se volvieron a abrir las negociaciones, después de la crisis económica del país, presentaba mejoras sustanciales y ponía a los trabajadores en un mejor lugar para negociar.

    Pero tanto el Gobierno como los empresarios implantaron un plan de ajuste como parte del Segundo Plan Quinquenal, que significaba una liberalización de la economía en contraste con el “Estado de bienestar” anterior y ponían en cuestión toda una década de conquistas materiales de los trabajadores. Esta contradicción entre un gobierno que no podía imponer a los trabajadores retrocesos en derechos, que venían pidiendo los empresarios y la oposición para aplicar un ajuste en regla, se vio muy debilitada por una enorme movilización en las fábricas y lugares de trabajo, que de ninguna manera iban a dejar pasar semejante plan.

    En agosto de 1954 se realizó el Congreso de Organización y Relaciones de Trabajo, allí se pidió más productividad y a los dirigentes sindicales de la C.G.T. que colaboren, junto con el Gobierno y los empresarios, para que los obreros acepten los cambios. En marzo de 1955 se realizó el Congreso de Productividad y Bienestar Social que no era otra cosa que volver a la carga sobre lo discutido anteriormente. Este Congreso fue organizado por la C.G.T. y la C.G.E. (Confederación General Económica) bajo el pedido del Gobierno. Este fue el último intento antes del golpe de Estado de 1955 por reordenar las condiciones laborales en favor de las patronales.

    Ante la autodenominada “Revolución Libertadora” Perón y los trabajadores tuvieron una actitud muy distinta. Mientras que por un lado los peronistas de base salían a las calles a defender a su líder, en quien veían la encarnación de sus derechos laborales, al grito de “la vida por Perón”, este llamaba a la calma y la conciliación. Finalmente Perón fue derrocado y marchó al exilio, dejando a los trabajadores a merced de la represión y la venganza de la burguesía.

    Bombardeo a Plaza de Mayo. 1955

    El peronismo fue proscripto, la C.G.T. intervenida por el gobierno militar y los empresarios aprovecharon la situación para ajustar aún más a los trabajadores. Sin Perón los trabajadores debieron autoorganizarse para defenderse, dando inicio a lo que se conoce como la “Resistencia peronista”, la cual incluía desde acciones pequeñas como el detener el trabajo por unos minutos hasta atentados con bombas.

    En 1957, entendiendo que la desaparición de los derechos laborales otorgados por el peronismo podía desencadenar en una nueva era de conflictividad social, legisladores radicales y socialistas incluyeron en la nueva Constitución Nacional el Artículo 14 bis, garantizando muchas de esas conquistas e incluyendo el derecho a huelga, que no era permitido en el período peronista. Ese mismo año concluye la intervención gubernamental llamándose a un Congreso Normalizador. Si bien en el plano político el peronismo continuaba prohibido, su existencia fue permitida dentro de los sindicatos, dado que su verticalidad le era funcional a las necesidades de la burguesía. Así, los sindicatos dirigidos por corrientes antiperonistas (principalmente del Partido Socialista) conformaron los 32 Gremios Democráticos, mientras que los sindicatos dirigidos por el peronismo, por su parte, formaron las 62 Organizaciones Peronistas.

    La dictadura militar que había asumido tras el golpe a Perón convocó a elecciones en 1958, las cuales ganó Arturo Frondizi con la promesa de legalizar el peronismo. El conflicto sindical más destacable de este período es la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, en el barrio de Mataderos, la cual se entiende como parte del proceso de lucha de la Resistencia Peronista. El Gobierno de Frondizi para frenar la movilización callejera y la conflictividad social declara el Plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES) que consistía en sacar a los militares a la calle a reprimir y “controlar” a los trabajadores; eso servirá de antecedente de lo que ocurrirá en tiempos posteriores.

    Durante este conflicto destaca como dirigente de la 62 Organizaciones Augusto Timoteo Vandor, proveniente de la U.O.M., quien a partir de ahí se convirtió en uno de los líderes sindicales más renombrados y el más arquetípico de la burocracia sindical. Vandor representó durante los años 60’ todo lo que es la burocracia sindical: los aprietes a los opositores por parte de patovicas armados, la ausencia absoluta de democracia de base, la traición a los trabajadores en negociaciones con los empresarios y los políticos.

    Desde un primer momento Vandor persiguió únicamente sus ambiciones políticas personales, buscando construir un “peronismo sin Perón” y  siguiendo su táctica de “golpear y negociar” para construir poder. Utilizando a los trabajadores para sus propias necesidades, y valiéndose de los reclamos legítimos de los mismos, organizó a finales del Gobierno de Arturo Ilia una serie de huelgas con toma de fábricas a fin de crear la “conflictividad necesaria” para allanar el camino al golpe de Estado de Juan Carlos Onganía de 1966, con quien estaba confabulado.

    Augusto Timoteo Vandor

    Vandor fue finalmente asesinado en 1969 por la organización guerrillera Ejército Nacional Revolucionario (ENR). Todas sus prácticas burocráticas están fielmente representadas en la película “Los Traidores” de Raymundo Glayzer.

    La dictadura militar de Onganía recibió un duro golpe gracias a uno de los alzamientos populares más grandes de la historia argentina. Hablamos del “Cordobazo”, ocurrido en mayo de 1969 en la ciudad de Córdoba. Este hecho fue producto de la unión entre la clase obrera y los estudiantes universitarios, dos sectores que a partir de entonces comenzaron a coordinar acciones. El levantamiento contra la dictadura fue encabezado por los gremios SMATA, UTA y Luz y Fuerza, logrando los trabajadores expulsar a los militares de la ciudad mediante barricadas y piedrazos durante dos días hasta que la situación fue “normalizada” por el ejército. 

    Agustín Tosco al frente de una movilización de Luz y Fuerza

    En el “Cordobazo” destacó como dirigente Agustín Tosco, líder del gremio Luz y Fuerza. Tosco encarnaba un modelo sindical alternativo a la burocracia dirigida por José Ignacio Rucci, sucesor directo de Vandor. Ambos representaban dos formas opuestas de hacer sindicalismo, la democracia sindical en Tosco y la burocracia sindical en Rucci. Esta división se materializó también en la fractura de la C.G.T. entre la “C.G.T. de los argentinos”, dirigida por Raimundo Ongaro e integrada por las corrientes sindicales de izquierda y peronistas antiburocráticos, y la “C.G.T. Azopardo”, dirigida por Rucci e integrada por los sectores más conservadores del peronismo tradicional.

    Por ser una fuente interesante dejamos a continuación un fragmento de un debate de 1973 entre Tosco y Rucci sobre la definición de burocracia sindical:

     

    Los años 70’: lucha y reacción 

    El impacto social del “Cordobazo” fue enorme. Onganía renunció dejando el poder a Levingston y luego a Lanusse. Entre los militares y la burguesía dejó el fuerte temor a nuevos “azos” en otras partes del país que amenazaran el orden capitalista. Entre ciertos sectores de la izquierda y del peronismo dejó la certeza de que la clase trabajadora estaba entrando en una nueva etapa de lucha revolucionaria. Así en 1970 se fundan oficialmente dos de las organizaciones guerrilleras más importantes del país: Montoneros, proveniente de la organización de extrema derecha Tacuara pero con un giro hacia la izquierda, y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), creado como brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

    Militantes del PRT-ERP

    Las acciones guerrilleras se apoyaban en la táctica guevarista del “foquismo”, según la cual se esperaba que las acciones violentas de un pequeño grupo armado alentaran por sí mismas a los trabajadores a tomar las armas. Pero el “foquismo” no sólo fue ineficiente en ese sentido sino que representó un error de construcción en sí mismo, ya que los cuadros revolucionarios debían dejar sus lugares de trabajo para pasar a la clandestinidad, quedando cada vez más separados del resto de la clase obrera.

    Una nueva izquierda para el siglo XXI

    No obstante, gracias a la presión política que recibía para ello, el general Lanusse llama a elecciones en 1973 legalizando el peronismo después de 18 años de proscripción. Convocando al Gran Acuerdo Nacional (GAN) Lanusse con el fin de que sólo pudieran participar en las elecciones las fuerzas políticas que repudiaran públicamente la lucha armada. En este marco el candidato peronista Hector Cámpora gana las elecciones, y al poco tiempo permite a Perón regresar al país. Ante la nueva “primavera democrática” tanto Montoneros como el ERP disminuyeron momentáneamente sus acciones “de guerra” aunque sin dejar las armas completamente.

    Tras la llegada de Perón se desencadenó la llamada Masacre de Ezeiza, del 20 de junio de 1973, en la cual se produjo un enfrentamiento armado entre los sectores de la C.G.T. de Rucci con los sectores del peronismo de izquierda, lo cual rompió definitivamente las relaciones entre ambas tendencias del peronismo. Rucci fue finalmente asesinado por Montoneros el 25 de septiembre, hecho tras el cual se ganaron el completo rechazo de Perón, quien ya para entonces se encontraba al frente de su tercer mandato. 

    Con el fin de “hacer sonar el escarmiento” Perón autoriza a los sectores más reaccionarios de la derecha peronista, encabezados por José López Rega, a crear la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), una fuerza paramilitar la cual tenía como objetivo vengarse de Montoneros, a quienes consideraban “marxistas infiltrados”, pero también combatir a las ideas de izquierda, no sólo en las organizaciones armadas sino en todos los ámbitos de la sociedad. La Triple A se dedicó a secuestrar y asesinar a dirigentes y militantes sindicales y estudiantiles. Ante esto Montoneros y ERP se vieron obligados a recrudecer sus acciones guerrilleras. 

    Isabelita y el golpe del ’76

    María Estela Martínez de Perón, sucesora en el poder de su marido una vez fallecido, desde 1975 firmó los llamados “decretos de aniquilamiento”, en los cuales autorizó a las Fuerzas Armadas a intervenir en la lucha contra las organizaciones guerrilleras a fin de destruirlas por completo, es decir que los militares ya estaban implementando su plan de represión desde antes de tomar el poder formalmente. En su gobierno también se lanza el plan económico conocido el el “Rodrigazo”, primer intento de instaurar políticas neoliberales en el país. 

    Antes del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976 los convenios laborales eran los más altos de la historia y, si bien se encontraba atravesado por esta contradicción entre democracia sindical y burocracia, el movimiento obrero venía siendo más activo que nunca. La estabilidad laboral y el bajo desempleo permitían a los trabajadores animarse a acciones de lucha como huelgas o tomas de fábrica. Las Coordinadoras Sindicales unificaban la acción de los distintos sectores fabriles, en un ejercicio de unidad de la clase sin precedentes en nuestro país.

    La burguesía necesitaba cuanto antes disciplinar a los trabajadores y sacarles de la cabeza esa costumbre de reclamar cosas. El régimen militar se justificaba a sí mismo en la lucha contra la guerrilla, la “subversión”, pero lo cierto es que entre los detenidos y desaparecidos los pertenecientes a organizaciones armadas representan sólo una pequeña parte, siendo la mayor cantidad de ellos delegados sindicales y estudiantes universitarios. 

    Represión militar

    Una de las prioridades de la dictadura fue la militarización de las fábricas, tanto los empresarios como la burocracia sindical confeccionaban listas negras de trabajadores que necesitaban sacarse de encima. Con los sindicatos intervenidos y el derecho a huelga eliminado las empresas pudieron extender la jornada de trabajo y realizaron despidos sin indemnización. Con José Alfredo Martínez de Hoz a la cabeza del Ministerio de Economía se implementaron las políticas neoliberales que desde EEUU pedían  y que iniciaron la desindustrialización del país.

    Si bien en gran medida la dictadura logró su objetivo de “amansar” a la clase obrera, ésta supo ofrecer una heroica resistencia que se organizó por abajo en forma clandestina.

    Como en los tiempos de la Resistencia Peronista los sabotajes y los pequeños paros sorpresivos fueron la forma de manifestar el rechazo de los trabajadores a las reformas y la avanzada sobre sus condiciones de trabajo. En abril de 1979, cediendo a la presión de las bases, el líder de la C.G.T. Saúl Ubaldini lanzó el primer paro general contra la dictadura, que incluyó tomas de fábricas, bajo el lema “Paz, Pan y Trabajo”. A este le siguieron otros paros generales en 1980 y 1981, los cuales llegaron a pedir públicamente la renuncia de Martínez de Hoz. La resistencia clandestina del movimiento obrero en gran parte contribuyó, junto con muchos otros factores como la presión internacional, la derrota de la Guerra de Malvinas y la lucha de las Madres de Plaza de Mayo,  al debilitamiento y posterior caída del Gobierno militar en 1983.

    El ataque del neoliberalismo a la clase trabajadora y la complicidad de la burocracia

    Tras el fin del período militar se da comienzo al gobierno democrático de Raúl Alfonsín. Como en los tiempos de Vandor los dirigentes de la burocracia sindical movilizaron a los trabajadores, valiéndose de sus necesidades legítimas, en pos de sus propios intereses políticos. El Gobierno radical había intentado aprobar la llamada “Ley Mucci”, un intento de reformar el funcionamiento interno de los sindicatos con el fin de garantizar su organización democrática debilitando a la burocracia (en manos del P.J., rival de la U.C.R.). Con este fallido intento Alfonsín se ganó la enemistad de la burocracia de la C.G.T., quienes le realizaron un total de 13 paros generales a lo largo de su presidencia. 

    ¿Cómo le fue a los trabajadores con el gobierno de Menem?

    Para 1989 la hiperinflación pulverizó el salario de los trabajadores y debilitó completamente el Gobierno de Alfonsín, quien debió entregar el mandato en forma anticipada. Así asume Carlos Saúl Menem. Este había hecho su campaña política prometiendo el famoso “salariazo” y la “revolución productiva”, pero en realidad lo que buscaba instalar en Argentina era el neoliberalismo del Consenso de Washington, profundizando aún más este modelo que ya había empezado a aplicar Martínez de Hoz. Pese a que Menem asumió de la mano del peronismo su visión de la economía era completamente liberal.

    La lucha contra las privatizaciones del menemismo

    Las privatizaciones del período menemista significaron el desmantelamiento y venta en partes o regaladas de las grandes empresas públicas, bajo el seguimiento exhaustivo de los organismos financieros internacionales. Los argumentos fueron varios como, el déficit fiscal o que el estado no podía financiar la modernización de las empresas para que sean productivas y eficientes. Para los trabajadores la reconversión de las empresas significó la adecuación a nuevas formas de productividad flexibilizadas, polivalentes, retiros “voluntarios”, reducción drástica de los planteles, la tercerización de sectores que eran parte de la empresa, lo que significó una tremenda precarización laboral y fragmentación en el movimiento obrero, lo cual sería fundamental para derrotarlo.

    ¿Qué pasó con las privatizaciones de Menem?

    Las privatizaciones y reformas laborales fueron combatidas por distintos sectores del movimiento obrero, principalmente en las empresas que estaban siendo vendidas y desguazadas, como ferroviarios, telefónicos, Aerolíneas Argentinas, Astilleros Río Santiago, y algunas empresas, como SOMISA etc. La fragmentación de las luchas y huelgas contra las privatizaciones estaba ligado a quienes dirigen al movimiento obrero, que no llamaron desde la C.G.T. a una huelga general, en el mayor ataque concentrado del capital contra los históricos derechos laborales hasta recién en 1996. Bajo el gobierno de Alfonsín la C.G.T. había hecho un paro general tras otro, pero una vez el justicialismo llegó a la presidencia la mayoría de los dirigentes de los sindicatos pasaron a la colaboración con su Gobierno. 

    Piquete contra las medidas de Menem. 1997

    Menem, ante la privatización de los ferrocarriles, expresó: “ramal que para, ramal que cierra”, y así fue. Así, durante todo un período fueron derrotadas una a una las luchas contra las privatizaciones y la flexibilización laboral, se engañó ideológicamente a muchos trabajadores que pasaron a ser “accionistas” de las empresas, así como armarse pequeñas cooperativas de trabajo para algunos lugares de producción y mantenimiento, con el discurso de que en Argentina “nadie quiere ser proletario, sino que todos quieren ser propietarios”. La burguesía había ganado en el campo ideológico. Muchos trabajadores por la derrota impuesta y por la entrega de sus direcciones sindicales cambiaron derechos fundamentales por salarios más altos atados a la productividad, algunas flexibilizaciones se hicieron de hecho bajo la lógica de las nuevas tecnologías y la falta de mano de obra calificada en distintos sectores productivos.

    Derrota y convertibilidad

    Así el paradigma de la vieja clase obrera que estaba de pie siempre luchando por mejoras sustanciales dentro de los viejos convenios colectivos de trabajo, fue puesta de rodillas, sus convenios modificados según las necesidades del capital, extendiendo horas de trabajo, trabajando más por menos, en peores condiciones para dar una lucha en común  incluso en la misma empresa, y  principalmente perdiendo el tiempo libre, cuando no dejando completamente en la calle a quienes ya no podían vender su fuerza de trabajo y si lo hacían eran bajo contratos basura o sin ningún tipo de derecho laboral. Se había puesto en marcha un nuevo mundo de inestabilidad laboral para las nuevas generaciones del siglo XXI.

    La convertibilidad, por su parte, destruyó completamente la industria nacional producto de la avalancha de productos importados, lo que incrementó aún más el desempleo y la exclusión. La creciente masa de trabajadores despedidos crearon una nueva táctica de lucha, los piquetes y los cortes de ruta, dado que al ya no tener sus empleos no tenían donde hacer paro. La crisis social que estaba generando el neoliberalismo menemista estalló en diciembre de 2001. En ese momento fue no solamente la clase obrera ocupada la que tomó las calles sino también aquellos que se encontraban desocupados, junto con los que había ahorrado toda su vida o los jubilados. Se enfrentaron al Gobierno de De la Rúa y lo derrotaron con una enorme movilización popular, el “Argentinazo”, abriendo así un nuevo periodo histórico en Argentina.

    Rebelión popular de 2001, “Argentinazo”

    A.C.

     

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